martes, 14 de octubre de 2014

Susurro







Anoche susurré tu nombre
Recostada sobre tu pecho fuerte  y  cálido
Susurré un te amo con voz suave
segura que siempre  has estado dentro de mí

Susurré una y otra vez nuestros nombres
Para que la noche los tatuara en su cielo estrellado
Para que el susurro se grabara en tu piel
Junto a caricias imborrables que  dibujaste con tus labios
Fue un susurro que estremeció el cielo
Porque así es el fuego de nuestros besos
Fue un grito en silencio que se oyó en toda la costa
Dio la vuelta al mundo y volvió con fuerza para quedarse.
Porque aunque sea sólo un susurro,
Aunque sea como el soplo de aliento de tus labios,
Aún lo escucha la aurora boreal y llega a la noche siguiente
Para recostar mi piel sobre tu pecho fuerte y cálido

Ma r t i s

Sin sombra





Cada mañana, antes de las siete, me asomaba a la ventana para sentir la fresca brisa de la mañana, los lirios que colgaban de las materas hacían que el color de las nubes se tornara entre lila y rosado. El aroma de las flores que adornaban los jardines vecinos llegaba suavemente, casi imperceptible, así como el olor de su piel a la madrugada. Nuestra casa pequeña y muy acogedora estaba casi incrustada entre varias torres, recién construidas, de modestos apartamentos repletos de personas que entraban y salían día y noche con el afán que cada uno mostraba en su rápido andar o por el ronroneo continuo de los motores de carros y motos de pequeño cilindraje.
  
El sol subía al cielo azul profundo más rápido de lo que esperaba, y sus rayos alcanzaban a iluminar el verde de las colinas más cercanas y tornaba casi azules las que se entrelazaban en la cordillera a lo lejos. Las nubes, aunque pocas y casi como algodones, mostraban su sombra en las montañas, yo inventaba dar forma de cada una imaginando dragones y princesas.

El aroma del café-canela que sentía me hacía olvidar la fragancia de las flores, y me alejaba de la ventana para acercarme a él por su espalda, a estrecharlo con cuidado para no sobresaltarle cuando batía con su cuchara favorita, la medida perfecta de  canela en polvo y  azúcar. Los rayos de sol reflejaban su sombra, que daba contra la pared verde pistacho, y sentados junto a la mesa de madera torneada, jugaba con él a adivinar las sombras chinescas que inventábamos mientras nos deleitaba sorbo a sorbo el café-canela.

Cada día traía sus afanes, y sin querer sentíamos que unos días parecían más largos que otros, salíamos a trabajar también presurosos y con un abrazo fuerte y penetrante cada uno iba a sus tareas.

Él sabía cuándo se acercaba a la calle principal de su trabajo, aunque caminara distraído con los pensamientos en nuestras charlas, las que mezclaba con un aire de nostalgia por no estar más horas del día y de la noche juntos. Oía, a cada paso que daba, cómo el murmullo de las voces, risas y gritos, que se hacía cada vez más cercano de los niños y jóvenes que presurosos entraban a sus aulas.

Él mantenía bien arraigada su idea de dejar huella en la vida de los dueños de esas risas, casi se veía el humo de su cabeza cada vez que se quemaba las pestañas haciendo cálculos, ecuaciones y matrices casi con el rigor de las estadísticas para que cada uno de los despistados personajes, encontrara sin pérdida de tiempo, qué hacer con sus vidas.

Al llegar a mi trabajo, cruzaba la puerta de metal, sin detenerme a pensar que parecía más la entrada a una fortaleza que un lugar donde se suelen forjar los sueños y los anhelos de quienes estaban allí. Al entrar sentía en mi rostro una sonrisa fresca, con pasos ligeros, como cervatillo que corre por praderas libre y sin temores; y con ánimo, iniciaba la faena. Con algo de frío entre la chaqueta de lana y el sol evitando dar calor a las paredes, yo misma pisaba la sombra de mis pies por las baldosas relucientes, las que siempre estaban como recién lavadas por el porfiado interés de quienes tenían esta tarea.

Volvíamos a nuestro refugio, algo cansados como cuando el sol llega al ocaso e intraspasable por extraños. Pasábamos los días, tardes, noches y semanas, armando castillos en el aire y entre risas y frescas frituras de patacones y jugo de borojó, íbamos a dormir con ideas compartidas, con metas futuras para alcanzar lo que haríamos al día siguiente: “tratar de conquistar el mundo”.

La noche, como casi todas las noches estaba fría y la luna entre tenues nubes, reflejaba poca luz, cerré la ventana que daba a los jardines vecinos y noté mi sombra que se reflejaban junto a las materas colgadas, las que cada mañana abrían sus pétalos como saludando el nuevo día, y cada noche silenciosamente, cerraban sus hojas, como recogiéndose del frío.

Él dormía con el libro entreabierto entre sus manos, y sentí con más fuerza por qué amaba su empecinada forma de ser. Procuré acomodar mi cabeza en su hombro, sin hacer ruido para no despertarlo, sentí la tibieza de su piel y me deslice muy cerca de su espalda.

Sin saber de dónde provenía, sentí un rumor que hacia vibrar las paredes de color verde pistacho, la ventana se estremeció y un silbido de viento entró ferozmente arrancando la persiana. Como si se tratara de un tornado, la tibia sabana voló arrebatada por el fuerte viento, el ruido ensordeció mis tímpanos, el frío cegó mis ojos, y en cuestión de segundos los techos volaron, las torres vecinas con sus modestos habitantes corrían, recogiendo a su paso, sillas, cobijas y lo que alcanzaran sus manos… grité su nombre con todas mis fuerzas, busqué entre los ladrillos y tejas destruidas, volví a lo que una vez fue la cocina, halle la mesa tallada, y entre polvo y rocas hallé su cuchara preferida con la que tenía la medida perfecta del café-canela de cada mañana.

Ya no encontré su libro ni sus sabanas, las torres de paredes acartonadas más cercanas están desmoronadas, como cuando cae una torre de naipes, la gente aturdida no oía, no veía ni mucho menos pensaba. Me envolví en la cobija que mantuve aferrada a mi espalda, la luz de la luna no reflejaba mi sombra en el piso lleno de piedras y trastos ya viejos y destrozados sin forma. Con tan solo una pocas nubes en el cielo, se vino un aguacero inesperado, que calmo la nube de polvo y escondió los asustados personajes de las torres y del barrio.

Busque también refugio entre los techos que mostraban no caerse ya, sentí el aroma de las flores trituradas sin compasión por el viento y las paredes, y a lo lejos susurro la sirena de alguna ambulancia que presurosamente buscaba ayudar a las víctimas de tan inesperada borrasca.

Pareció eterno el tiempo hasta cuando se asomaron los primeros rayos de sol, no veía a nadie, cual se hubieran esfumado, o tal vez a todos habían rescatado sin que encontraran más a quien salvar. Volví a gritar su nombre, lo llamé con insistencia, sacudí la cobija y aferre a mi pecho su cuchara preferida. El cielo estaba entre azul y gris, hacía frío y caminé presurosa tratando de hallar algo o alguien conocido.

A lo lejos, en un claro del camino que tomábamos cada mañana él y yo a nuestros trabajos, divisé una fogata, varias personas y objetos arrumados, como si esos objetos fueran reliquias valiosas como para no perderlas. Se veían ollas, sillas, mesas, pedazos de un televisor y a algo parecido a un computador. Nadie hablaba, solo estaban mirando todavía con asombro lo que había sucedido, pero nadie daba razón de lo sucedido.

Caminé y al mirar al piso no vi mi sombra, el cielo aun nublado hacia que el sol brillara poco, pero no vi mi sombra, di vueltas sobre mi misma, a la derecha y luego a la izquierda, ¡mi sombra no estaba!

Los pocos postes de luz que todavía se mantenían casi de pie, mostraban una ligera sombra, los edificios donde vivieron mis presurosos vecinos se parecían a la Torre de Pisa, y su sombra casi contra el suelo, daba buena cuenta del lamentable estado. Dónde hallarlo, ¿debajo de que piedra o de que recodo podría estar?  Conociendo sus anhelos, sus alegrías, sus dudas y hasta sus temores, sabía que apenas lo viera correría a darle refugio en un abrazo sin pensarlo dos veces. Entró en mi pecho una fuerte presión que se traducía en amenaza, aunque no veía las nubes y no jugaba imaginando las formas de dragones o princesas, advertía fantásticamente en las cosas destruidas, monstruos y efigies descomunales que venían a quitarme lo que más amaba.

Pasaron horas, no sabía si pocas o muchas, pero sentía que ya transcurrían días y noches sin sentir su tibia espalda, sin sentir el aroma de las flores del jardín vecino sin tomar el único e irrepetible delicioso café-canela que preparaba para los dos cada mañana, y me aterraba no ver reflejada mi sombra ni en las paredes ni en el polvo del pavimento.

El paisaje se volvió llano, sin colinas verdes o montañas azules por el frío de las nubes, caminé por el árido terreno, y todavía mi sombra no regresaba. Llegó la noche y mis huesos no respondían, mi corazón latía lento y con un esfuerzo sobrehumano, solté la cobija, levanté la mano con su cuchara favorita empuñada, grité su nombre sin reservas, decidida a que oyera el vacío que ahora sentía, el rayo de la luna chocó con el metal de la cuchara y un estallido reluciente y repentino me hizo vibrar y caer tendida en suelo.

Cuando desperté sus ojos me miraron, me besó despacio y calmo mis lágrimas, me susurró que sólo fue un mal sueño, que todo estaba bien y que la tormenta de la noche pronto acabaría. Se levantó muy despacio, cerró la ventana que por estar entreabierta dejaba entrar un viento frío. La lámpara daba una tenue luz amarilla, suficiente para ver lo que preparaba, sentí el aroma a café-canela, me levante sin miedo y sin presión en el pecho, él me abrazó y en la pared de color verde pistacho se reflejó nuestra sombra, fundidos en un abrazo.

Veo mi sombra reflejada con los rayos del sol o de la luna, en las paredes, en el pavimento o en el agua y cada vez que caminamos juntos, no hay dos sombras, ya se han fundido solo en una.


HELENA












viernes, 1 de agosto de 2014

Dos en Uno

Intentas cerrar tus ojos
quiza muerdas tus labios
y que no salgan las palabras
que atraviesan tu garganta

no se puede callar el grito
del pecho
de las entrañas
del 
corazón
del pensamiento...
no se puede callar el sentimiento
no se puede cerrar la puerta
del alma...
cuando sabemos que 
desde hace mucho tiempo
nos fundimos en cuerpo y alma
y ahora caminamos como errantes
por el mundo
siendo DOS EN UNO.

miércoles, 23 de julio de 2014

Silencio



Ella se recostó sobre su pecho
Por mucho tiempo
En silencio

Un silencio tan profundo
Como las penas inconfesas
Un silencio muy profundo.

Pero no un silencio hueco y resonante
No un silencio muerto o quieto
No un silencio de los que no tienen nada que decir
No.
Un silencio vital
Un silencio que respira quedamente
Un silencio cierto
que no puede mentir
Un silencio que penetra el alma
Un silencio que te abriga el pecho
Que te limpia el corazón
Silencio
Como un nocturno de Silva
Como la noche de un desierto guajiro

Silencio
Como de un abrazo para una larga despedida
Silencio para remendar el alma.
Silencio de viernes por la madrugada
Silencio que traspasa los poros
Silencio que es más grande que tú
Silencio
Para antes de un gran concierto
Silencio que sana .





viernes, 20 de junio de 2014

Trascendencia

CON AFAN BUSCAS ASOMARTE A LA VENTANA
Y SIENTES UN SUSURRO CON LA BRISA DE LA TARDE
QUE REFRESCA TU CARA Y TUS ENTRAÑAS
QUE  LLENA EL RINCON VACIO DE TU ALMA
ES MI VOZ QUE CON UN GRITO TE NOMBRA SIN RESERVAS
QUE SANA EL DOLOR DE LA DISTANCIA
ES MI SER QUE ENTRA POR TU VENTANA
PARA ESTAR CONTIGO Y COBIJAR TU ESPALDA

UNA NUEVA FUERZA TE LLEGA DESDE LEJOS
AUNQUE CREAS TENERLA EN TUS SABANAS
ES LA FUERZA DE CREER EN LO QUE NO SE TIENE
PERO SE SABE QUE VOLVERA

POR QUE CUANDO ES TUYO, ES PARA SIEMPRE.